No sabía nada de él, ni siquiera me había dicho su nombre; sin embargo
cuando me pidió que me desvistiera y que me acostara boca abajo, no vacilé ni
un segundo. Quería estar con él; yo sé que no duraría, las consecuencias de si
mi familia se enteraba, serían gravísimas, !Si
José lo llegaba a saber!, ¡Dios!, pero no me importaba, no me importaba
nada excepto estar allí, en ese momento, con él.
Sus dedos comenzaron a recorrer lentamente mi espalda y todo mi cuerpo
se estremeció, ¡Cómo era posible que tuviera ese poder sobre mí!, hacía solo
unas horas que lo había visto por primera vez y sentía que lo conocía desde
siempre.
Su mano llegó a mis nalgas y comenzó a acariciarlas, sin darme cuenta
separé ligeramente mis muslos, como si estuviese invitándolo a entrar, me besó
la espalda y volví a estremecerme, siguió besándome mientras poco a poco me
separaba los muslos, con la punta de su dedo comenzó a acariciarme ahí donde
nadie jamás me había tocado, sentí una corriente que me recorrió todo el
cuerpo, estaba bajo su total control, hubieses hecho lo que me pidiera en ese
momento.
Me puso la mano en la cadera y con firmeza me haló hacia él, yo me dí la
vuelta y mi rostro quedó a solo unos centímetros del suyo, su mano derecha
acariciaba mi vientre, tenia unos ojos profundos, llenos de vida, y sin embargo
su mirada transmitía tristeza, tal vez de recuerdos lejanos, de eventos que
marcaron su vida, era musculoso, pero no como José, no de trabajar sino de
combatir, sí, estoy segura que era un soldado, todas esas cicatrices debían
venir de espadas y lanzas.
Su larga melena le llegaba a los hombros, estaba sudando, casi tanto
como yo, se acercó a mis labios y me dio un beso suave, dulce, como si no
quisiera hacerme daño, yo no resistí y le besé con pasión, quería saborearlo al
máximo, quería sentir la miel de sus labios, él me respondió y nos perdimos
entre besos y caricias.
Eran tantas experiencias nuevas al mismo tiempo, la primera vez que
estaba desnuda delante de un hombre, primera vez que me tocaban ahí, primera
vez que iba a ser una sola carne con otro. Me siguió besando mientras me
acariciaba entre mis piernas, yo las abrí más, quería sentirlo dentro de mi, el
me miró y me dijo "tranquila...", yo me sonrojé.
Se acercó de nuevo y comenzó a besarme el cuello, con su mano derecha
comenzó a agarrar mi nalgas con fuerza, pude sentir su olor, olía a hierbas, a
sudor y otro olor que no logré distinguir, como a té y cenizas, no sé, solo sé
que me gustaba, me excitaba.
De repente se detuvo, me miró a
los ojos y se levantó, '¿Qué pasa, por qué paraste?', pensé dentro de mi, no me
atreví a preguntarle. Sin embargo con su mirada me gritaba que me deseaba, se
quitó la ropa, era la primera vez que veía a un hombre desnudo, estaba en
completa erección y pronto estaría dentro de mí.
Se agachó y me besó los pezones,
me gustó pero no me satisfizo, quería más. Mi cuerpo no dejaba de agitarse, era
como si estuviese sumergido en una danza sensual, mis caderas se balanceaban
suavemente hacia adelante y hacia atrás. Mi corazón estaba latiendo tan fuerte
que casi lo podía escuchar, lo agarré por la espalda y lo halé, estaba lista.
Sentí la punta de su hombría rozar mis labios vaginales, luego me lo
introdujo, solo un poco pero suficiente como para sentir que me moría. Sus
caderas se movían rítmicamente pero sin prisa. Yo quería más, sin darme cuenta
comencé a halarlo hacía mí con más fuerza, él aumentó el ritmo de sus
movimientos, pero algo pasó, ya no era placer sino dolor lo que sentía, qué me
estaba pasando, por qué el cambio tan brusco. Él lo notó en mi rostro y me dijo
suavemente, "La primera vez duele, estoy siendo lo más delicado posible,
pero te toca aguantar un poco, si te duele mucho dímelo y yo me detengo."
Era cierto, había escuchado hablar de ello; me dolía mucho pero decidí
aguantar, después de todo lo que me había hecho sentir no quería arruinar el
momento.
Él continuó y cada vez había más dolor, llegó el momento donde estaba
completamente dentro de mí y el dolor se intensificó, por un instante pensé en
pedirle que se detuviera cuando de repente, nada, no sentía nada, ni dolor, ni
placer; poco a poco comencé a sentir placer de nuevo, con cada movimiento se
hacía más y más intenso, ya no podía ni pensar, todos mis sentidos estaban
saturados al máximo.
Comencé a desvanecerme, o eso creí, estaba completamente empapada en
sudor y en jugos vaginales, respiraba como si se me estuviese acabando el
oxigeno, la intensidad del placer aumentaba con cada segundo hasta que, mi
cuerpo, alma, y mente, por un breve instante dejaron de estar conectados, sentí
que el tiempo se detuvo y que yo era parte del universo, estaba en todas partes
al mismo tiempo.
El cerró los ojos y gimió, sentí como su fluido caliente y pegajoso me
penetró, luego se tumbó a mi lado, ambos jadeando, cansados, sudados y
extasiados.
Poco a poco la excitación se disipó, el calor de mi cuerpo volvió a su
temperatura normal, comencé a sentir mi desnudez, me arropé con la sábana, el
me besó en la frente, pero no un beso de pasión, era un beso tierno, de amor,
se levantó y comenzó a vestirse.
"¿Ya te vas?" le pregunté. No me respondió enseguida, se quedó
pensativo, siguió vistiéndose y luego me dijo, "Si, debo partir."
Yo no quería que se fuera, desde que lo vi en el mercado en la mañana
sabía que entre nosotros algo iba a pasar, aun no entiendo por qué pero a
primera vista estaba dispuesta a irme al fin del mundo con él, también supe una
vez que entramos en este aposento que sería una experiencia fugaz.
"¿Te volveré a ver?" le pregunté, "No lo creo"
respondió.
Se sentó a mi lado mientras se ponía las sandalias, "¿Y si quedo
embarazada?, yo estoy comprometida a casarme dentro de un año" le dije.
Se detuvo un momento pensativo, luego volteó y mirándome a los ojos me
dijo. "Si quedas embarazada, le dirás a tu prometido que fue por obra y
gracia del Espíritu Santo, que el niño que estas esperando es el hijo de Dios y
que por nombre le pondrás Jesús."
Yo no podía creer lo que escuchaba, "Nadie me va a creer"
dije.
"Solo necesitas que te crea José, haz lo que te digo", se
levantó y se dirigió a la puerta.
"¡Espera!" le grité, "¿Al menos dime tu nombre?",
antes de salir de la habitación se volvió hacía mí y me respondió,
"Gabriel" y luego se marchó, sin preguntar el mío.
Me quedé pensando en todo lo que había ocurrido, desde el encuentro en
el mercado hasta su partida. Había valido la pena, todo había valido la pena, y
no creía estar embarazada, así que no tenía nada de que preocuparme.
Me levanté y comencé a vestirme, a arreglar el desorden, las sábanas
estaban manchadas de sangre, me iba a tocar cambiarlas, tenía que borrar
cualquier huella de lo que había sucedido cuando de repente mi mente casi
estalla al darme cuenta de algo, yo jamás le mencioné el nombre de mi
prometido, ¿Cómo supo que se llamaba José?.